Sin remite


El chico caminaba a paso ligero por las calles de la ciudad, había más estrellas en el alumbrado que en el cielo nocturno. Se escuchaba gente celebrando, riendo y él volvía con los dedos entumecidos por el frío pero con una pequeña llama que, partiendo del mismísimo centro de su corazón, le daba calor.

Había sido una feliz velada, hubo auténticas carcajadas, historias compartidas, momentos de conexión, pero sobretodo toneladas de comida, y con esto, al menos, no puedes quedarte vacío.

Al entrar en la oscuridad de su casa, notó el peso de la soledad. Los recuerdos de otros tiempos y los anhelos de aquello que nunca sucedió le alcanzaron. La dulce sensación que le había acompañado durante la jornada amenazó con desaparecer.
El reloj marcó las doce y de pronto se abrieron las dos hojas de la ventana golpeando la pared con un gran estruendo. El viento removió los papeles del escritorio dispersándolos por el suelo. Corriendo hacia ella se apresuró a cerrarla, se maldijo a sí mismo por su torpeza y se dispuso a recoger el desorden.
Algo brilló en el suelo, era un sobre rojizo, no recordaba haberlo visto, ¿de dónde habría salido?. Durante unos segundos quedó hipnotizado mirándolo,¿qué era ese zumbido?¿provenía de él?.
Alargó el brazo y cuando apenas quedaban centímetros para que sus dedos lo rozaran, este salió despedido volando por la habitación, dando vueltas y más vueltas a su alrededor en una especie de baile encantado. Consiguió agarrarlo de un salto, el corazón le latía fuertemente en el pecho, las manos temblorosas acertaron con esfuerzo a abrirlo. Dentro de él había una tarjeta manuscrita con un simple: Te queremos y siempre lo haremos, Feliz Navidad.

No tenía firma pero no hacía falta.

Una sonrisa se le dibujó en la cara.

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