Al alba

      He vivido más de lo que cualquiera podría imaginar. Fui un joven corriente que apenas despegaba del nido cuando la excitación y el riesgo me enfrentaron con mi destino. En el abrazo de un hombre se escapó mi último aliento y después llegó el desconcierto, el terror más absoluto, el odio al comprender en qué me había convertido, la lujuria que se despertó en mí, la caza, la fragilidad de un suspiro en mis brazos, la fuerza por sobrevivir. 

Saboreé los errores humanos repetidos una y otra vez, la maldad más desgarradora, los entresijos de la injusticia, pero también la bondad, el amor de una madre a su hija, las pequeñas cosas que mueven el mundo día a día. 

Una y mil vidas. La bendición que se transforma en pesada carga. 

La culpa. Una espada cuya hoja afilada te recuerda que no eres más que la sombra del ayer. Sin embargo, tras siglos de morar como depredador por esta tierra desprotegida, cuando los remordimientos eran dueños de mis pensamientos, apareciste para mostrarme, una vez más, la belleza mortal. 

No quise condenarte y tu vida, aunque fugaz, ha sido lo mejor de mi dilatada existencia. 

Ahora que te he perdido, qué sentido tiene permanecer si sólo siembro muerte.

Hoy, día de muertos, todo México está de celebración. El único día en que la separación entre los dos mundos se vuelve permeable y las almas caminan entre los vivos sin ser vistos pero sí sentidos. Los cementerios abandonan su temática lúgubre cambiándola por colores vivos y canciones. Las familias se reúnen para acompañar a los seres queridos que ya no están, pero yo me tumbo en tu lecho esperando poner fin al tiempo que he robado. Noto la guadaña en mi espalda, esa vieja compañera que no se ha separado de mí desde mis últimos latidos. Siempre acechándome tras cada esquina cuando el deseo se volvía irrefrenable y el calor de la sangre despertaba a la bestia. Parece que oigo su risa, despiadada, resentida y triunfal, pues después de tanto tiempo, al fin, el sol obrará su magia y de mí únicamente quedarán cenizas.